Los maestros quieren más seguridad, leyes que los protejan y policías que custodien sus escuelas, mientras el ministro del Interior reconoce que hay más de 100 mil jóvenes adictos a las drogas solo en la Gran Asunción. Esa población tiene el tamaño de la ciudad de Fernando de la Mora. Una multitud que solo cree que los colegios y las escuelas son referencias del mercado del chespi y otras substancias que están quemando el cerebro de miles y fortaleciendo el ejército joven de la delincuencia asociada a la droga. Son los mismos que ven cómo un imputado diputado y ahora senador electo se mofa de las autoridades judiciales mostrándose orondo sobre cualquier intento de llevarlo tras las rejas. ¿Con qué cara un maestro puede enseñar virtudes en una sociedad llena de impunidad y complicidad? Los acusados de significativamente corruptos alcanzan y se mantienen en altos cargos y son saludados con solemnidad y respeto por el nuevo presidente proclamado. Otro senador acusado de varios delitos, entre ellos la violación de una menor de 12, años se muestra orgulloso con su diploma de legislador, mandando un mensaje por redes sociales que nadie le puede sacar la confianza de más de 70.000 votantes que lo escogieron estando en la cárcel.
Estamos haciendo las cosas muy mal, que las puñaladas diarias a la Justicia, al honor y la dignidad generan miles de seguidores que creen absolutamente que el mal ha triunfado sobre el bien en el Paraguay. Si no logramos revertir esta deriva inmoral e ilegal vamos a perder la democracia entendida como Estado de derecho y no recreación chabacana de las peores formas de convivencia humana. La pulseada es dura y tensa; todo el sistema institucional de un país que se enfrenta a sobrevivir como Nación o a capitular ante el crimen organizado, las drogas y la depresión del bono demográfico, que observa que este país no tiene otra salida que la del aeropuerto para los que puedan.
Todos los días los peores referentes apuñalan la Constitución, las leyes y las instituciones mientras son tomados como exitosos y dignos de ser imitados. Es tanta nuestra claudicación que tienen que recordarnos desde afuera lo mal que estamos haciendo y ni así logramos cambiar nada.
El joven que mató a la maestra es una cruel descripción del dolor paraguayo. Ese que gime ante la inequidad e injusticia que arrincona a un país a espacios protegidos con alambres de campos de concentración y que huye temeroso de cualquier espacio donde la oscuridad se conjuga con la maldad de quienes roban, mienten y se ufanan desde las instituciones.
Mataron a una maestra y con ella enviaron un nuevo mensaje a una sociedad que no se sacude y que continúa indolente ante el crimen, la impunidad y la corrupción. Basta de seguir claudicando.
Por Benjamín Fernández Bogado